Páginas

martes, 7 de julio de 2015

ANGÉLICA LIDDELL

ANGÉLICA LIDDELL



-Es hermoso que las cosas se destruyan. Es una enfermedad creativa, estar siempre infectado. Crear y destruir para volver a crear.
-Si quieres hablar del alma humana, no se puede hacer desde la corrección, sino desde la libertad.
-Una obra arranca de una foto, otras surgen de una intensa necesidad interior de confesar una experiencia personal. No como catarsis, porque yo no creo que exista la sanación, sino como una manera de utilizarme como basura. Algo que cada vez me sucede más, que me utilizo como si fuera una basura con la que puedo yo trabajar. Yo diría que casi nunca surge de una anécdota, ni de una situación vivida.
-Siempre me ha interesado el conflicto clásico de la escena; yo lo traslado a una batalla entre objetos, entre conceptos, entre lenguajes. Me interesan esas tensiones entre la palabra soez y lo filosófico, eso corresponde al concepto más aristotélico y antiguo, establecer no solamente tensiones respecto al argumento sino en todo momento y en y con todos los elementos, y me interesa trabajar en esas contradicciones. Nunca evito contradecirme.


-Si tú no montabas tu propia compañía era imposible existir como dramaturga. Hicimos un grupo y siempre me planteé la creación escénica como un hecho que incluía la autoría total, pero no como una pretensión, sino como una manera de entender la creación.
-Hay veces que escribo sin pensar en la puesta en escena, pero después si la pongo en pie, se transforma.
-La creación existe a base de conflictos.
-Empecé a escribir en diálogos desde chiquitita. Y pronto me di cuenta que aquella era la manera de vengarme de la vida.
-El pensamiento pertenece al pesimismo, porque al final es el pesimista el que se acaba haciendo preguntas e intenta resolverlas de alguna manera. El pesimista es el único capaz de percibir el malestar sin necesidad de mentiras.


-Hay una incapacidad de todo el mundo en ponerse en el lugar del otro. Y esa incapacidad es la que nos impide sentir piedad. La mayor lacra que nos roe es eso, no tener piedad.
-La piedad debería ser la aspiración humana, ponerse en el lugar del otro. Pero en absoluto está asociado al catolicismo, que es algo que detesto profundamente, con toda mi alma. Sí, es posible que trabaje con términos cristianos porque leí mucho la Biblia, que es un libro muy hermoso. Como la Ilíada. Dos libros maravillosos que intento imitar continuamente.
-En el escenario nunca hay violencia, la violencia está en la cabeza del espectador. En la vida no tengo opción; en el escenario, sí. Elijo cierta estética.
-El teatro, en el fondo, es fracasar: nada te asegura estabilidad. Siempre estás a punto de dejarlo, pero es lo único que me impide pegarme un tiro. En el teatro te expones, te haces vulnerable... me gusta.
-El esteticismo en sí no me interesa en absoluto. Creo que debe estar asociado a la expresión de los sentimientos y las ideas. La estética y la ética van juntas. La forma me preocupa mucho,la forma es una manera también de emocionar y la emoción es el mejor vehículo para tocar la inteligencia.



-Yo no voy dando puñetazos por la vida ni cortándome las venas, pero intento trabajar con la persona que se queda en casa sola cuando cierra la puerta de su habitación, que es con lo que yo creo que hay que trabajar. Y esa persona es muy distinta a la que está dentro de un pacto social... Soy una sociópata bajo control. No siempre corresponde la apariencia con lo que uno lleva por dentro. Yo intento trabajar con mi peor parte, con la que se queda sola en casa, pasa malas noches, piensa cosas oscuras.
-El método de trabajo cambia. Cuando uno es joven intenta legitimar intelectualmente todo. Los procesos, las influencias, las citas. Te agarras a eso. Pero todo ha ido cambiando hacia una confusión organizada. Ahora dependo mucho más de los sentimientos.
-Comienzas a renombrar el mundo a través del odio, de la rabia, del dolor. Todo eso he conseguido canalizarlo a través de la palabra y de un espacio poético. Hasta ahora mi trabajo había dependido de las ideas, de una implicación política o social, más bien antisocial, de resistencia a la injusticia y al sufrimiento humano. Ahora he pasado a hablar más de mis sentimientos.
-Es imposible hablar de otra cosa que no sea del ser humano.
-Yo tengo una necesidad compulsiva de expresar mis sentimientos y utilizo todos los medios a mi alcance.
-Es curioso, me he pasado toda la vida tratando de contar historias de amor y al final siempre acabo hablando de lo que detesto.
- ¿Pero se puede hablar de algo más que de la negrura? ¿Hay algo que acabe bien? En realidad, la negrura es algo reconocible por todos. Lo que pasa es que nos asustamos de nosotros mismos, intentamos siempre ser tan correctos y tan buenos... Vivimos en la dictadura del optimismo a toda costa, a eso es lo que te educan sobre todo las grandes estructuras económicas y la publicidad, que se rigen por un integrismo optimista. “Sonríe que algo te caerá”.



-Cuanto más trabajo en los escenarios, más inválida me siento. Yo no tengo vida social, no salgo, toda mi relación con el mundo pasa a través de la sala de ensayo y de los escenarios
-Desde muy pequeña escribía diarios. Mi relación con la palabra es muy temprana. Leía muchísimo, incluso libros para adultos, desde el Reader's Digest hasta lo que encontrara. Era compulsiva. Yo procedo de una familia no muy culta y mi manera de rebelarme contra eso era leer.
-Yo prefiero ir a mi aire. No me considero dentro de ningún grupo. Son los demás los que se encargan de asociarnos. Son lenguajes muy distintos que están circulando a la vez. Son los demás los que necesitan hacer esas agrupaciones.
-Siempre he visto la parte podrida del mundo. Hay algo innato en mí que me inclina a percibir la mierda. Yo me encuentro con hijos de puta todos los días, así que no puedo hablar de la parte bonita de las cosas.
Siempre he visto la parte podrida del mundo. Hay algo innato en mí que me inclina a percibir la mierda. Yo me encuentro con hijos de puta todos los días, así que no puedo hablar de la parte bonita de las cosas.
-Los sentimientos encontrados son buenos. No aspiro a la coherencia absoluta, que es algo que siempre he considerado propio de los fascistas.


-En la Resad empecé a odiar el teatro, me ha parecido siempre una reserva de la mediocridad. Aniquiló del plan de estudios a la gente que estaba haciendo lo mejor, lo más nuevo, a gente como Rodrigo García o Carlos Marquerie, por poner unos ejemplos, los que hacían propuestas más innovadoras. Los sacaron de un plumazo, y no los han incluido todavía como referentes y muchos de los alumnos todavía no se han enterado ni los conocen.

-Yo la Resad la conozco por la gente que ha estado allí, y siguen esa línea. Eso es un corralito. La plataforma perfecta para los trepas. Están más preocupados por las estrategias que por la propia obra. Son los depredadores. Gente que salen de allí con aires depredadores.
-Me hiere y me duele cada espectador que se marcha. Yo no trabajo para que se marche la gente ni para escandalizar. El escándalo se encuentra en la realidad, que yo les propongo observar desde el escenario
-El pacto social se basa en la hipocresía y en la mentira. Para mí, el escenario es la ocasión de romper ese pacto y mostrar sus límites. Me da una libertad increíble
-Mi trabajo es lo que me permite sobrevivir a mis sentimientos. Con el teatro logro sacar a la luz todo un mundo interior que el pacto social no me permite expresar.



No hay comentarios:

Publicar un comentario