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jueves, 27 de marzo de 2014

Jacques de Vaucanson, El precursor de los robots

                  Jacques de Vaucanson
Jacques de Vaucanson (24 de febrero de 1709Grenoble - 21 de noviembre de 1782París)

Si alguien debe subir a los altares cibernéticos, con todos los derechos y los honores, ese es Jacques de Vaucanson, a partir de hoy y para el mundo androide: Saint Jacques de Vaucanson. Los autómatas del S.XVIII son los primitivos robots. Utilizando un símil antropológico, los homínidos de Atapauerca son a los autómatas antropomorfos del siglo de las luces, lo que el homo sapiens es al androide.
Merece la pena, explorar en la biografía del primer santo de los androides y en el apasionante mundo de los autómatas del S.XVIII.
Hoy, la evolución nos lleva a situaciones caprichosas y paradógicas. Cuando la opción evolutiva se debate entre el cybor y el robot autoreplicante (incluso nanorobots), observamos que algunos científicos adoptan situaciones prácticas de tipo intermedio: La simbiosis entre un robot y un humano. Humano que es capaz de manejar ese robot con su mente para valerse de él, y el robot acepta ser ayuda física de un humano sin implantarse en su cuerpo biológico. 
La humanidad siempre ha vivido con verdadera fascinación la posibilidad demiúrgica de ser creadora, de ser Dios. Y los inventores de ingenios -de autómatas- se engrandecían en ese humus de la credulidad ajena que se rendía más ante el prodigio que ante el talento. En ese contexto hay que entender la figura de Jacques de Vaucanson y la espuma de los días de su tiempo. 

Había nacido en Grenoble, un 24 de febrero de 1709. Era el décimo hijo de un fabricante de guantes y una dama piadosa cuyo único entretenimiento era visitar conventos los domingos.Se crió en la pobreza y ya en su juventud dijo que aspiraba a ser relojero. Estudió en la orden de los jesuitas y posteriormente se unió a la de los mínimos en Lyon. Su intención era seguir un curso en estudios religiosos, pero su interés en los artefactos mecánicos se renovó tras un encuentro con el cirujano Le Cat, del que aprendió los detalles de la anatomía. Estos nuevos conocimientos le permitieron desarrollar los primeros artefactos mecánicos que imitaban funciones biológicas vitales como la circulación, respiración y la digestión.
En esos paseos en busca de luz interior se llevaba a su retoño Jacques quien, para disipar las tentaciones del aburrimiento, se ensimismaba mirando un reloj que ocupaba buena parte del vestíbulo conventual y trataba de entender sus mecanismos.Su talento para la Mecánica era legendario, de hecho, durante horas lo observó y estudió para reconstruirlo de memoria a la perfección una semana más tarde. Vaucanson entonces se haría amigo de su profesor de matemáticas, quien sería su mentor y le ayudaría a dar sus primeros pasos. Su meta era simple: crear vida artificial.
 Tal actitud no pasó inadvertida al cortejo de beatas que, poco a poco, le fueron confiando reparaciones de relojes y otros artilugios. Con ese trasfondo religioso no es extraño que Jacques se formara con los jesuitas y quisiera dedicarse a la causa divina. Pero empeños más humanos, como la mecánica o la fisiología, fueron desviando su atención de adolescente. 

Abandonó entonces su ciudad natal y se trasladó a París donde se dedica a la meditación errabunda por las Tullerías, ensimismado en las estatuas. En concreto, en una de ellas: la que reproduce la figura de un flautista. Empezó entonces a cavilar cómo hacer un flautista “de verdad”, con dedos móviles y ágiles, capaces de arrancar el alma del sonido a la flauta. Un tío suyo, escandalizado ante ese sobrino dispuesto a triunfar en proyectos tan fútiles, le enviaba aluviones de cartas para intentar disuadirlo de esa locura de crear máquinas de probada inutilidad, en vez de consagrar su genio a actividades de más y mejor provecho.
Pero pudo más el sueño de la mecánica pura y dio a luz a un pastor tamaño natural que tocaba la flauta. No solo dotó a su creación con movimiento en casi todas las partes del cuerpo, sino que además para lograr el efecto deseado pasó meses enteros investigando la manera de crear un material que simulara la piel humana. El 11 de Febrero de 1738, demostraría su androide ganando tan buenas críticas que se llegaría a decir “sólo le faltó darle un alma”. Tras la exposición Vaucanson ganaría fama y prestigio, pero más importante aun, los fondos necesarios para llevar su invención a un nuevo nivel. Cuidadosamente iría creando un mecanismo que simulara cada músculo, cada movimiento de un músico humano. Para esto pasaría días enteros observando orquestas, llegando como resultado a crear un autómata capaz de tocar 12 melodías diferentes.

 Había aprendido lo suficiente también de anatomía como para detenerse en la filigrana del detalle: los dedos bien colocados sobre los agujeros del instrumento y los movimientos de los labios y la lengua. El propio Vaucanson escribió un tratado en el que explicaba los mecanismos del flautista donde justificaba su invento con el alegato de la curiosidad que le producía el funcionamiento de los instrumentos de viento -una flauta travesera, decretaba, no es lo mismo que una flauta “normal”-. Le ayudó en la consecución de su empresa una enfermedad insidiosa para la que los médicos le recomendaron sesenta días de convalecencia. Fueron jornadas febriles en todos los sentidos. En todo momento estuvo asistido por su viejo criado que, a esas alturas, conocía los secretos de la mecánica tan bien como el propio Vaucanson. 

Sin embargo, cuenta la leyenda que, cuando vio al flautista tocar, cayó de rodillas ante su amo, llorando de alegría, como si estuviera ante el mismísimo Dios. De todas formas, Vaucanson coqueteaba con la idea de que el ocultismo animaba a sus experimentos empíricos, una eventualidad que permitió que se le viera más como un mago que como un científico. No en vano Voltaire hablaba de él como “el enemigo de Prometeo”…
Desafortunadamente, y contra su voluntad, Vaucanson se vería involucrado en la huelga de mineros de Francia siendo comisionado por las autoridades para construir mineros artificiales. Estas invenciones serían saboteadas por desconocidos y como resultado varios trabajadores perderían sus vidas. La culpa recaería sobre el mismo Vaucanson quien debió de escapar y retirarse en el exilio perdiendo en el proceso todas sus invenciones. Más de medio siglo después sería el mismo Goethe quien comenzara una búsqueda de los autómatas, tristemente encontrando a varios destruidos o averiados más allá de cualquier reparo.
Un pato célebre
Pero su gran triunfo es el pato que él había creado, que comía grano, estiraba el cuello, esponjaba las alas y excretaba tras una digestión -por medio de un sistema digestivo hecho de tubos de caucho, material recién introducido en Europa- a la vista del ojo humano. El resultado era real. Los excrementos, un certificado inapelable del destino fisiológico ineluctable. Pero ese pato que levantó la admiración de media Europa y gran parte de la otra media tuvo un destino turbulento. 
Fabricado en cobre recubierto de oro, con más de 400 piezas móviles y del tamaño de un pato de verdad, el ave mecánica parpaba, flexionaba sus patas y se tragaba la comida de modo realista, moviendo el cuello para que se deslizara mejor. Pero lo más importante, lo que lo elevó al invento del momento, era su capacidad de producir excrementos.

El pato se había convertido en una estrella. Su mecanismo a la vista permitía al público deleitarse con el proceso digestivo. Vaucanson (que incluso había dotado al animal con un tubo de goma por el que viajaba el alimento) explicaba que en el interior había “un pequeño laboratorio químico” que recreaba la descomposición de la comida con jugos gástricos artificiales, pero lo cierto es que el milagro no era verdadero: un compartimento secreto contenía una papilla verde que simulaba el alimento digerido y la comida se depositaba en otro depósito, algo que no se supo hasta mucho después
Primero lo adquirió un marchante de arte austríaco, a cuya muerte sus adquisiciones sirvieron para saldar deudas. Incluido el famoso pato de Vaucason. A partir de ahí se le pierde la pista, con gran enojo de los descendientes del genio, que no hacían sino repetir el mantra de que el pato “era el objeto más preciado de cuantos había fabricado su pariente”.

Goethe, en su Tag-und Jahreshelfte, asegura haber contemplado el famoso pato y que con seguridad tenía problemas de digestión… Tal era el deplorable estado de esa figura cuando él tuvo el dudoso privilegio de verla allá por el año 1805. Achim von Arnim lo contempló en Milán. Y en la novela Mason y Dixon, de Pynchon, aparece el célebre pato.
La siguiente es una réplica del primer prototipo del pato presentado en 1739 .Desafortunadamente no se conservan los planos de la versión más avanzada vista por Louis XV, la cual era mucho más compleja y poseía una amplia cantidad de movimientos. Dicha versión además de moverse con mayor gracia parpadeaba, movía sus ojos y poseía plumas las cuales acomodaba con su pico al igual que los patos de carne y hueso). 
Federico Guillermo II de Prusia trató de atraer al inventor hacia el viejo imperio. Pero Vaucanson, con la lección patriótica bien aprendida, prefirió quedarse en Francia y poner sus ingenios al servicio de los suyos que, por cierto, le criticaban por sus tarifas, aunque tales habladurías hacían poca mella en el aprendiz de Dios: él inventaba y cobraba. Y si no, que lo hiciera otro. Pero alguna recompensa sí tuvo ese patriotismo florido, y al final, por medio de uno de los ministros de Luis XV, llega a dirigir las manufacturas de la seda de Francia, para las que ingenió un primer modelo de telar automatizado -precursor del célebre telar de Jacquard-.
En 1741 fue nombrado inspector de las manufacturas de seda en Francia por el Cardenal Fleury, primer ministro de Luis XV. Se le encargó la reforma del proceso de manufactura de seda. En la época, la industria textil francesa había sido superada por la inglesa y escocesa. 
Vaucanson promovió amplias reformas para la automatización del proceso textil. En 1745 creó el primer telar completamente automático del mundo.
Vaucanson estaba ocupado en automatizar la industria textil francesa con tarjetas perforadas, una tecnología que, refinada posteriormente por Joseph Marie Jacquard más de medio siglo después, revolucionaría los telares y, en el siglo XX, se utilizaría para introducir datos en ordenadores y para almacenar información en formato binario. En un viaje a Lyon los obreros le apedrean en las calles, porque les ha llegado el rumor de que, con esos artilugios, Vaucanson se proponía suprimir puestos de trabajo en favor de la automatización -pobre Vaucason…qué lejos estaba de imaginar lo que habría de ser la realidad en su lado más execrable, más de dos siglos después.Sin embargo, sus ideas no fueron bien recibidas por los tejedores, y muchas de las más revolucionarias fueron ampliamente ignoradas.
Inventó varias máquinas-herramienta, como el primer torno metálico con carro portaherramientas, hacia 1751 (la Historia de la Tecnología de Derry y Williams retrasa esta invención hasta 1768 e indica que el precursor sería Antoine Thiout, que hacia 1750 había inventado un torno con portaherramientas movido en un eje roscado). Fue descrito en la Enciclopedia Diderot-D'Alenbert.
En 1746 fue nombrado miembro de la Academia de Ciencias Francesa.
Entretanto, y ya olvidada su trayectoria religiosa, contrae matrimonio. No tuvo más que una hija que perdió prematuramente a su madre. Se ocupó de ella en el sentido más integral de la palabra, pues se erigió en su único instructor y consagraba al menos tres horas diarias a su educación.
Todo ello sin dejar de crear otras rarezas que hacían las delicias de un público entregado. En 1750 Vaucanson concibió un áspid que silbaba al morder a la Cleopatra de un conjunto escultórico de Marmotel. En 1751 ideó un torno metálico. Y, en fin, Luis XV le animaba a crear un hombre dotado de corazón, venas y demás órganos internos. Pero la muerte, impaciente, le truncó el proyecto.

Condorcet escribió Elogio de J. de Vaucanson. Es de los pocos que describen su muerte: “Aquejado de una cruel y larga enfermedad…”. Su hija, que ya estaba casada, se ocupaba de él con diligencia. El pato había desaparecido sin dejar rastro; apenas quedan de él algunos bosquejos inciertos. El flautista pereció con la llegada de la Revolución de 1789. Y el resto de sus ingenios, trasladados al museo de Nizhni Novgorod, en el corazón de Rusia, se extinguen en las llamas de un incendio en 1879. Es como si el ocultista genial se empeñara en no dejar huellas y bruñir así, a golpes de cincel magistrales, su propia leyenda.
Falleció en París en 1782. Vaucanson dejó como legado a Luis XVI una colección de sus obras. La colección se convertiría en el fondo inicial del Conservatoire National des Arts et Métiers de París. Todos sus autómatas originales se han perdido. Se sabe que El flautista El tamborilero fueron destruidos durante la Revolución francesa. Sus ideas sobre la automatización de los telares, si bien ignoradas en vida, fueron perfeccionadas e implementadas posteriormente por Joseph Marie Jacquard, el creador del telar Jacquard.
El Liceo Vaucanson de Grenoble es llamado así en su honor y prepara a estudiantes para carreras en ingenierías y otros campos técnicos.

Jacques de Vaucanson es prácticamente un desconocido hoy en día, pero en el s. XVIII, cuando estaba por comenzar una de las edades doradas de la ciencia, este inventor excéntrico era una celebridad entre reyes y científicos de toda Europa, llegando a ser apodado como “El Nuevo Prometeo” por el mismísimo Voltaire -Prometeo era el semi-dios griego que, enfrentándose a todo el Olimpo y siendo castigado de una manera horripilante durante una eternidad a causa de esto, le regaló la llama del conocimiento a la humanidad-.  

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