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viernes, 31 de julio de 2015

POEMA DÍA XXI/VII/2015: "Colección de Azaritsmos"; Hipólito García "Bolo".

POEMA DÍA XXI/VII/2015: "Colección de Azaritsmos"; 
Hipólito García "Bolo".

Marc Chagall


No huyo,
 voy hacia mi,
solo toleraré que me llamen cobarde.

*

Nada engaña más a la gente que la verdad.

*
Salvo al miedo,
no hay nada que temer.

*
Bienestar; 
sofá del placebo.

*
Todo, 
nada incompleta.

*
El verdadero viaje comienza cuando te paras.

*
No voy en la dirección opuesta;
voy en otra dirección.

*
Con las cenizas de la madera construiremos el tren.

*
Sé que no lo soy,
porque lo fui.

Extraído  del libro "El charro roto de Jorge Negrete"; Los libros de Ouka Leele; Huerga y Fierro Editores.

BREVIARIO LXIX: En la peluquería;Kjell Askildsen

En la peluquería



Hace muchos años que dejé de ir al peluquero; el más cercano se encuentra a cinco manzanas de aquí, lo que me resultaba bastante lejos incluso antes de romperse la barandilla de la escalera. El poco pelo que me crece puedo cortármelo yo mismo, y eso hago, quiero poder mirarme en el espejo sin deprimirme demasiado, también me corto siempre los pelos largos de la nariz.

Pero en una ocasión, hace menos de un año, y por razones en las que no quiero entrar aquí, me sentía aún más solo que de costumbre, y se me ocurrió la idea de ir a cortarme el pelo, aunque no lo tenía nada largo. La verdad es que intenté convencerme de no ir, está demasiado lejos, me dije, tus piernas ya no valen para eso, te va a costar al menos tres cuartos de hora ir, y otro tanto volver. Pero de nada sirvió. ¿Y qué?, me contesté, tengo tiempo de sobra, es lo único que me sobra.

De modo que me vestí y salí a la calle. No había exagerado, tardé mucho; jamás he oído hablar de nadie que ande tan despacio como yo, es una lata, habría preferido ser sordomudo. Porque ¿qué hay que merezca ser escuchado?, y ¿por qué hablar?, ¿quién escucha? y ¿hay algo más que decir? Sí, hay más que decir, pero ¿quién escucha?

Por fin llegué. Abrí la puerta y entré. Ay, el mundo cambia. En la peluquería todo está cambiado. Solo el peluquero era el mismo. Lo saludé, pero no me reconoció. Me llevé una decepción, aunque, por supuesto, hice como si nada. No había ningún sitio libre. A tres personas las estaban afeitando o cortando el pelo, otras cuatro esperaban, y no quedaba ningún asiento libre. Estaba muy cansado, pero nadie se levantó, los que estaban esperando eran demasiado jóvenes, no sabían lo que es la vejez. De manera que me volví hacia la ventana y me puse a mirar la calle, haciendo como si fuera eso lo que quería, porque nadie debía sentir lástima por mí. Acepto la cortesía, pero la compasión pueden guardársela para los animales. A menudo, demasiado a menudo, bien es verdad que ya hace tiempo, aunque el mundo no se ha vuelto más humano, ¿no?, solía fijarme en que algunos jóvenes pasaban indiferentes por encima de personas desplomadas en la acera, mientras que cuando veían a un gato o un perro herido, sus corazones desbordaban compasión. “Pobre perrito”, decían o “Gatito, pobrecito, ¿está herido?” ¡Ay, sí, hay muchos amantes de los animales!

Por suerte, no tuve que estar de pie más de cinco minutos, y fue un alivio poder sentarme. Pero nadie hablaba. Antes, en otros tiempos, el mundo, tanto el lejano como el cercano, se llevaba hasta el interior de la peluquería. Ahora reinaba el silencio, me había dado el paseo en vano, no había ya ningún mundo del que se deseara hablar. Así que al cabo de un rato me levanté y me marché. No tenía ningún sentido seguir allí. Mi pelo estaba lo suficientemente corto. Y así me ahorré unas coronas, seguro que me habría costado bastante. Y eché a andar los muchos miles de pasitos hasta casa. Ay, el mundo cambia, pensé. Y se extiende el silencio. Es hora ya de morirse.

FIN

jueves, 30 de julio de 2015

POEMA DÍA XXX: "Canción última"; Miguel Hernández

POEMA DÍA XXX:  "Canción última"; Miguel Hernández 

 George Frederic Watts


Canción última

Pintada, no vacía:
Pintada está mi casa
Del color de las grandes
Pasiones y desgracias.

Regresará del llanto
Adonde fue llevada
Con su desierta mesa,
Con su ruinosa cama.

Florecerán los besos
Sobre las almohadas.
Y en torno de los cuerpos
Elevará la sábana
Su intensa enredadera
Nocturna, perfumada.

El odio se amortigua
Detrás de la ventana.

Será la garra suave.

Dejadme la esperanza.

BREVIARIO LXVIII: La obra y el poeta; R.F. Burton

La obra y el poeta


El poeta hindú Tulsi Das, compuso la gesta de Hanuman y de su ejército de monos. Años después, un rey lo encarceló en una torre de piedra. En la celda se puso a meditar y de la meditación surgió Hanuman con su ejército de monos y conquistaron la ciudad e irrumpieron en la torre y lo libertaron.

FIN

miércoles, 29 de julio de 2015

POEMA DÍA XXIX/VII/2015: "Para hacer el retrato de un pájaro"; J.Prevert.

POEMA DÍA XXIX/VII/2015: "Para hacer el retrato de un pájaro"





PARA HACER EL RETRATO DE UN PÁJARO 

Pintar primero una jaula con la puerta abierta pintar después algo bonito algo simple, 
algo bello, 
algo útil para el pájaro. 
Apoyar después la tela contra un árbol. 
En un jardín en un soto o en un bosque esconderse tras el árbol. Sin decir nada, 
sin moverse ,
a veces el pájaro llega enseguida pero puede tardar años antes de decidirse. 
No hay que desanimarse, 
hay que esperar,
 esperar si es necesario durante años,
 la celeridad o la tardanza en la llegada del pájaro no tiene nada que ver con la calidad del cuadro. 
Cuando el pájaro llega, 
si llega,
 observar el más profundo silencio,
 esperar que el pájaro entre en la jaula y una vez que haya entrado cerrar suavemente la puerta con el pincel. 
Después borrar uno a uno todos los barrotes cuidando de no tocar ninguna pluma del pájaro. 
Hacer acto seguido,
 el retrato del árbol, 
escogiendo la rama más bella para el pájaro, 
pintar también el verde follaje y la frescura del viento, 
el polvillo del sol y el ruido de los bichos de la hierba en el calor estival y después esperar que el pájaro se decida a cantar. Si el pájaro no canta, 
mala señal, 
señal de que el cuadro es malo, 
pero si canta es buena señal, 
señal de que podéis firmar. 
Entonces arrancadle delicadamente una pluma al pájaro

BREVIARIO LXVII: "Los pájaros"; Bruno Schulz

LOS PÁJAROS


Llegaron los días de invierno, amarillos y sombríos. Un manto de nieve, raído, agujereado, tenue, cubría la tierra descolorida. La nieve no alcanzaba a ocultar del todo muchos tejados, y se podían ver, acá y allá, trozos negros o mohosos, chozas cubiertas de tablas, y las arcadas que ocultaban los espacios ahumados de los desvanes: negras y quemadas catedrales erizadas de cabrios, vigas y crucetas, pulmones oscuros de las borrascas invernales. Cada aurora descubría nuevas chimeneas, nuevos tubos brotados durante la noche, henchidos por el huracán nocturno, oscuros cañones de órganos diabólicos. Los deshollinadores no podían desembarazarse de las cornejas, que, cual hojas negras animadas de vida, poblaban por las noches las ramas de los árboles frente a la iglesia. Levantaban el vuelo, batían las alas, y acababan posándose cada una en su sitio, sobre su rama. Y al alba volaban en grandes bandadas —nubes de hollín, copos de azabache ondulantes y fantásticos—, turbando con su trémulo graznido la luz amarillenta del amanecer. Con el frío y el tedio, los días se volvieron duros como trozos de pan del año anterior. Se entraba en ellos con los cuchillos romos, sin apetito, con una somnolencia perezosa.
Mi padre no salía ya de casa. Encendía la chimenea, estudiaba la substancia jamás develada del fuego, disfrutaba del sabor salado, metálico y el olor a humo de las llamas de invierno, caricia fría de la salamandra que lame el hollín brillante de la garganta de la chimenea. En aquellos días ejecutaba con placer todas las reparaciones en las regiones superiores de la habitación. A cualquier hora del día se le podía ver acurrucado en lo alto de una escalera de tijera, arreglando algo en el cielo raso, las barras de las cortinas de las grandes ventanas, o los globos y cadenas de los candiles. Lo mismo que los pintores, se servía de la escalera como de unos enormes zancos, sintiéndose bien en esa posición de pájaro entre los parajes del techo, decorados con arabescos y aves. Se desentendía cada vez más de los asuntos prácticos de la vida. Cuando mi madre, preocupada y afligida por su estado, trataba de llevarlo a una conversación de negocios y le hablaba de los pagos del próximo mes, él la escuchaba distraído, inquieto, con una expresión ausente, en el rostro sacudido por contracciones nerviosas. A veces la interrumpía de pronto con un gesto implorante de la mano, para correr a un rincón del aposento, aplicar el oído a una juntura del suelo y escuchar, con los índices de ambas manos levantados, signo de la importancia de la auscultación. Entonces no comprendíamos aún el triste fondo de estas extravagancias, el doloroso complejo que maduraba en su interior.
Mi madre no ejercía la menor influencia sobre él; en cambio por Adela sentía gran respeto y consideración. La limpieza de la sala era para él una importante ceremonia, a la que jamás dejaba de asistir, siguiendo todos los movimientos de Adela, con una mezcla de angustia y de voluptuosidad. Atribuía a cada uno de los actos de la joven un significado más profundo, de tipo simbólico. Cuando ella, con ademanes enérgicos, pasaba el cepillo por el suelo, se sentía desfallecer. Las lágrimas brotaban de sus ojos, se le crispaba el rostro con una risa silenciosa, y sacudían su cuerpo espasmos de goce. Su sensibilidad a las cosquillas llegaba a los límites de la locura. Bastaba que Adela le apuntara con el dedo, con el gesto de hacerle cosquillas, y él presa de un pánico salvaje, atravesaba las habitaciones, cerrando tras sí las puertas, para echarse al final en una cama y retorcerse con una risa convulsiva, bajo el influjo de la sola imagen interior a la que no podía resistirse. Gracias a eso, Adela tenía sobre mi padre un poder casi ilimitado.
En aquel tiempo observamos por primera vez en él un interés apasionado por los animales. Al principio fue una afición de cazador y artista a la par, y posiblemente también la simpatía zoológica más profunda de una criatura hacia unos semejantes que tenían formas de vida diferentes: la investigación de registros del ser aún no conocidos. Sólo en su fase posterior, este aspecto adquirió un matiz extraño, complejo, profundamente vicioso y contra natura, que es mejor no exponer a la luz del día.
Aquello empezó con la incubación de huevos de aves.
Con gran derroche de esfuerzos y de dinero, mi padre había hecho llegar de Hamburgo, de Holanda y de algunas estaciones zoológicas africanas, huevos fecundados que hacía empollar a unas enormes gallinas belgas. Era también para mí una ocupación absorbente contemplar el nacimiento de los polluelos, verdaderos fenómenos por sus formas y colores.
Era imposible, viendo aquellos monstruos de picos enormes, fantásticos, que desde el nacimiento se ponían a piar a voz en cuello, silbando ávidamente desde las profundidades de su garganta; contemplando aquella especie de reptiles de cuerpo débil, desnudo, corcovado, adivinar en ellos a los futuros pavos reales, faisanes, cóndores. Colocados en cestas llenas de algodón, aquellos engendros de monstruos erguían sobre sus frágiles cuellos unas cabezas ciegas, cubiertas de albumen, graznando destempladamente con sus gargantas afónicas. Mi padre se paseaba a lo largo de las estanterías, con un delantal verde, como jardinero que inspecciona sus siembras de cactus, y extraía de la nada aquellas vesículas ciegas, en las que ya alentaba la vida, aquellos vientres torpes, incapaces de recibir del mundo exterior cualquier cosa que no fuera el alimento, conatos de vida que se erguían a tientas hacia la claridad. Unas semanas más tarde, cuando aquellos ciegos retoños se abrieron a la luz, las habitaciones se llenaron de un tumulto multicolor, del centellante gorjeo de los nuevos habitantes. Se posaban en las barras de las cortinas y en las cornisas de los armarios, anidaban en los huecos de las ramas de estaño y en los arabescos de los candiles.
Cuando mi padre estudiaba los grandes compendios ornitológicos y tenía entre las manos las láminas de colores, parecía que era de allí de donde se desprendían aquellos fantasmas emplumados, que llenaban el cuarto con su aleteo multicolor de copos de púrpura y girones de zafiro, de cobre, de plata. Cuando les daba de comer, formaban en el suelo una masa abigarrada, compacta y ondulante, una alfombra viva, que a la llegada intempestiva de alguno se desintegraba, se dispersaba en flores móviles, que batían las alas, para acabar posándose en la parte superior del aposento. Tengo especialmente grabado en la memoria un cóndor, pájaro enorme de cuello desnudo, cara arrugada y buche voluminoso. Era un asceta magro, un lama budista de imperturbable dignidad, en todo su comportamiento, que se regía por el férreo ceremonial de su alta alcurnia. Cuando inmóvil en su postura hierática de dios egipcio, con el ojo velado por una blancuzca carnosidad que cubría sus pupilas —como para encerrarse por completo en la contemplación de su soledad augusta—, estaba, con el pétreo perfil, frente a mi padre, parecía su hermano mayor. La misma materia, los mismos tendones, la piel dura y rugosa, el mismo rostro seco y huesudo, las mismas órbitas profundas y endurecidas. Hasta las manos de fuertes nudillos y largos dedos de mi padre, con sus uñas abombadas, tenían cierta analogía con las garras del cóndor. Al verlo así, dormitando, no podía sustraerme a la impresión de que tenía ante mí a una momia disecada, la momia reducida de mi padre. Creo que tal asombrosa semejanza tampoco escapó a la atención de mi madre, aunque nunca hablamos de ello. Es singular que el cóndor utilizase el mismo orinal que mi padre.
No satisfecho con incubar incesantemente nuevos especímenes, mi padre organizaba en el desván bodas de aves, enviaba casamenteros, ataba a las novias seductoras y lánguidas junto a las grietas y agujeros de la techumbre; lo que trajo por consecuencia que el enorme tejado de dos vertientes de nuestra casa se convirtiera en un verdadero albergue de aves, un arca de Noé, a la que llegaba toda clase de seres alados desde parajes lejanos.
Incluso mucho tiempo después de liquidada aquella manía avícola, subsistió en el mundo de las aves la costumbre de llegar a nuestra casa. En el período de las migraciones de primavera se abatían verdaderas nubes de grullas, pelícanos, pavos reales y otros pájaros sobre nuestros techos.
No obstante, después de un breve florecimiento, esta afición tomó un giro más bien desolador. En efecto, pronto se hizo necesario trasladar a mi padre a las dos habitaciones del desván que servían como depósito de trastos inútiles. Desde el alba salía de allí el clamor confuso de las aves. En las piezas de madera del desván, a modo de cajas de resonancia, reforzada ésta por lo bajo del techo, repercutía todo aquel alboroto, cantos y gorjeos. Así perdimos de vista a nuestro padre durante varias semanas. Bajaba muy raras veces, y entonces podíamos observar la transformación operada en él. Se le veía disminuido, encogido, flaco. A veces se levantaba de la mesa, batía distraídamente los brazos como si fueran alas y soltaba un largo gorjeo, mientras entrecerraba los ojos. Después, confuso y avergonzado, se reía con nosotros y trataba de disfrazar el incidente, haciéndolo pasar por una broma.
Una vez, durante el período de la limpieza general, Adela se presentó de súbito en el reino de las aves de mi padre. Plantada en la puerta, se llevó la mano a la nariz ante el hedor que impregnaba la atmósfera. Los montones de inmundicia cubrían el suelo y se apilaban sobre mesas y muebles. Rápidamente, con gesto decidido, abrió la ventana y con su larga escoba comenzó a agitar aquel pajarerío. Levantóse una nube infernal de plumas, alas y graznidos, a través de la cual, Adela, como frenética bacante, bailaba la danza de la destrucción. En medio de aquel estrépito, mi padre, batiendo los brazos, lleno de temor, trataba desesperadamente de emprender el vuelo. La nube de plumas se dispersó lentamente, y por último, sólo quedaron en el campo de batalla Adela, agotada y jadeante, y mi padre, con expresión de tristeza y de derrota, dispuesto a cualquier capitulación. Momentos después, mi padre descendía la escalera de su imperio. Era un hombre roto, un rey desterrado que había perdido trono y poder.

martes, 28 de julio de 2015

POEMA DÍA XXVIII/VII/2015: "3:30 de la madrugada"; Sam Shepard

POEMA DÍA XXVIII/VII/2015: "3:30 de la madrugada"; Sam Shepard



3.30 de la madrugada



¿Es un gallo
o una mujer que grita a lo lejos?

¿Está negro el cielo
o a punto de ponerse azul oscuro?

¿Es una habitación de motel
o la casa de alguien?

¿Estoy en Texas
o
 en Berlín Occidental?


Y de todos modos,
¿Qué hora es?

¿Hay algún pensamiento
qué sea mi aliado?

Rezo pidiendo que se suspenda
todo pensar
absoluta suspensión
espacio en blanco
Quiero ir por la carretera
sin pensar en nada,

sólo una vez
no estoy suplicando
no me pongo de rodillas.






BREVIARIO LXVI:"Llamada"; Fredric Brown


LLAMADA




El último hombre sobre la Tierra está sentado a 

solas en una habitación. 

Llaman a la puerta.

lunes, 27 de julio de 2015

POEMA DÍA XXVII/VII/2015:¡Tan de prisa pasa todo cuanto pasa!; Ricardo Reis/Pessoa

¡Tan de prisa pasa todo cuanto pasa!





¡Tan de prisa pasa todo cuanto pasa!

¡Muere tan joven ante los dioses cuanto muere! 

¡Todo es tan poco!

Nada se sabe, 

todo se imagina.

Circúndate de rosas, 

ama, 

bebe

Y calla. 

Lo demás es nada.

BREVIARIO LXV: "Extracto del libro del desasosiego"; Pessoa.

 EXTRACTO DEL LIBRO DEL DESASOSIEGO




He nacido en un tiempo en que la mayoría de los jóvenes habían perdido la creencia en Dios, por la misma razón que sus mayores la habían tenido: sin saber por qué. Y entonces, porque el espíritu humano tiende naturalmente a criticar porque siente, y no porque piensa, la mayoría de los jóvenes ha escogido a la Humanidad como sucedáneo de Dios. Pertenezco, sin embargo, a esa especie de hombres que están siempre al margen de aquello a lo que pertenecen, no ven sólo la multitud de la que son, sino también los grandes espacios que hay al lado. Por eso no he abandonado a Dios tan ampliamente como ellos ni he aceptado nunca a la Humanidad. He considerado que Dios, siendo improbable, podría ser; pudiendo, pues, ser adorado; pero que la Humanidad , siendo una mera idea biológica, y no significando más que la especie animal humana, no era más digna de adoración que cualquier otra especie animal. Este culto de la Humanidad , con sus ritos de Libertad e Igualdad, me ha parecido siempre una resurrección de los cultos antiguos, en que los animales eran como dioses, o los dioses tenían cabezas de animales.

Así, no sabiendo creer en Dios, y no pudiendo creer en una suma de animales, me he quedado, como otros de la orilla de las gentes, en esa distancia de todo a que comúnmente se llama la Decadencia. La Decadencia es la pérdida total de la inconsciencia; porque la inconsciencia es el fundamento de la vida. El corazón, si pudiese pensar, se pararía.

A quien como yo, así, viviendo no sabe tener vida, ¿qué le queda sino, como a mis pocos pares, la renuncia por modo y la contemplación por destino? No sabiendo lo que es la vida religiosa, ni pudiendo saberlo, porque no se tiene fe con la razón; no pudiendo tener fe en la abstracción del hombre, ni sabiendo siquiera qué hacer de ella ante nosotros, nos quedaba, como motivo de tener alma, la contemplación estética de la vida. Y, así, ajenos a la solemnidad de todos los mundos, indiferentes a lo divino y despreciadores de lo humano, nos entregamos fútilmente a la sensación sin propósito, cultivada con un epicureismo sutilizado, como conviene a nuestros nervios cerebrales.

Reteniendo, de la ciencia, solamente aquel precepto suyo central de que todo está sujeto a leyes fatales, contra las cuales no se reacciona independientemente, porque reaccionar es haber hecho ellas que reaccionásemos; y comprobando que ese precepto se ajusta al otro, mas antiguo, de la divina fatalidad de las cosas, abdicamos del esfuerzo como los débiles del entrenamiento de los atletas, y nos inclinamos sobre el libro de las sensaciones con un gran escrúpulo de erudición sentida.

No tomando nada en serio, ni considerando que nos fuese dada, por cierta, otra realidad que nuestras sensaciones, en ellas nos refugiamos, y a ellas exploramos como a grandes países desconocidos. Y, si nos empleamos asiduamente, no sólo en la contemplación estética, sino también en la expresión de sus modos y resultados, es que la prosa o el verso que escribimos, destituidos de voluntad de querer convencer al ajeno entendimiento o mover la ajena voluntad, es apenas como el hablar en voz alta de quien lee, como para dar objetividad al placer subjetivo de la lectura.

Sabemos bien que toda obra tiene que ser imperfecta, y que la menos segura de nuestras contemplaciones estéticas será la de aquello que escribimos. Pero, imperfecto y todo, no hay poniente tan bello que no pudiese serlo más, o brisa leve que nos dé sueño que no pudiese darnos un sueño todavía más tranquilo. Y así, contempladores iguales de las montañas y de las estatuas, disfrutando de los días como de los libros soñándolo todo, sobre todo para convertirlo en nuestra íntima sustancia, haremos también descripciones y análisis que, una vez hechos, pasarán a ser cosas ajenas que podemos disfrutar como si viniesen en la tarde.

No es éste el concepto de los pesimistas, como aquel de Vigny, para quien la vida es una cárcel, en la que él tejía paja para distraerse. Ser pesimista es tomar algo por trágico, y esa actitud es una exageración y una incomodidad. No tenemos, es cierto, un concepto de valía que apliquemos a la obra que producimos. La producimos, es cierto, para distraernos, pero no como el preso que teje la paja, para distraerse del Destino, sino como la joven que borda almohadones para distraerse, sin nada más.

Considero a la vida como una posada en la que tengo que quedarme hasta que llegue la diligencia del abismo. No sé a dónde me llevará, porque no sé nada. Podría considerar esta posada una prisión, porque estoy compelido a aguardar en ella; podría considerarla un lugar de sociabilidad, porque aquí me encuentro con otros. No soy, sin embargo, ni impaciente ni vulgar. Dejo a lo que son a los que se encierran en el cuarto, echados indolentes en la cama donde esperan sin sueño; dejo a lo que hacen a los que conversan en las salas, desde donde las músicas y las voces llegan cómodas hasta mí. Me siento a la puerta y embebo mis ojos en los colores y en los sonidos del paisaje, y canto lento, para mí solo, vagos cantos que compongo mientras espero.

Para todos nosotros caerá la noche y llegará la diligencia. Disfruto la brisa que me conceden y el alma que me han dado para disfrutarla, y no me interrogo más ni busco. Si lo que deje escrito en el libro de los viajeros pudiera, releído un día por otros, entretenerlos también durante el viaje, estará bien. Si no lo leyeran, ni se entretuvieran, también estará bien.

viernes, 24 de julio de 2015

POEMA DÍA XXIV/VII/2015: "Abertura"; Fernando Pessoa

POEMA DÍA XXIV/VII/2015: "Abertura"; Fernando Pessoa

Ángeles Santos Torroella


ABERTURA

En mis momentos oscuros

cuando en mí no asoma nadie,

y no es más que niebla y muros,

lo que en la vida me atañe,

alzo la frente un instante

de donde vivo agobiado

y, 

en el espacio distante,

veo al sol caer dorado.



Existo entonces, 

revivo;

y aunque sólo sea ilusión

lo exterior en que me olvido,

nada más que quiero ni pido:

Le entrego mi corazón.


BREVIARIO LXIV: "Extracto de La emboscadura", Ernst Jünger.

"Extracto de  La emboscadura"
Otto Dix
«Estamos viviendo en unos tiempos en que a diario pueden hacer su aparición modalidades inauditas de la coacción, de la esclavitud, del exterminio – modalidades que unas veces se dirigen contra determinados estratos de la población y que otras se extienden sobre vastos territorios. La resistencia contra ellas es legal, como modo de afirmar los derechos humanos fundamentales, unos derechos de los que, en el mejor de los casos, salen garantes las Constituciones, pero cuya ejecución corresponde a la persona singular. Existen para esto formas eficaces y el amenazado ha de haber sido instruido en ellas; hasta podría decirse que es ésa la asignatura principal de una nueva educación. La gente ha de habituarse a pensar que la resistencia es posible sin más – una vez que se haya comprendido eso, resultará posible abatir con una minoría pequeñísima al coloso, el cual es fuerte, pero torpe. También ésta es una estampa que se repite en la historia y en la que ésta conquista sus cimientos míticos. Sobre ellos se alzan luego edificios duraderos.
Es natural que quienes tienen el poder se esfuercen por presentar como criminal a la oposición legal e, incluso, a la simple no aceptación de sus pretensiones. Con ese propósito se crean ramas especiales del empleo de la violencia y se crean también ramas especiales de la propaganda que aboga en favor de ese empleo. Otra cosa que aquí vemos es que quienes tienen el poder, colocan en un escalón jerárquico más alto al delincuente común que al hombre que contradice sus propósitos.
Frente a esto es importante no sólo que el emboscado se diferencie claramente del criminal en su moralidad, en su modo de combatir, en la gente con la que trata. También es importante que esa diferencia esté viva en su interior. En una situación en que ni los profesores de derecho civil ni los de derecho político ponen en sus manos las armas necesarias, el emboscado no podrá encontrar lo que es justo más que en el interior de si mismo. De las cosas que hay que defender nos enteraremos más bien leyendo a los poetas y a los filósofos.
[…] El auténtico problema está, más bien, en que una gran mayoría no quiere la libertad y aun le tiene miedo. Para llegar a ser libre hay que ser libre, pues la libertad es existencia. La libertad es ante todo la concordancia consciente con la existencia y es el placer, sentido como destino, de hacerla realidad. Entonces es libre el ser humano y a partir de ese instante, así como las grandes masas de la roca primitiva producen cristales con la presión que ejercen, del mismo modo este mundo que está lleno de coacciones y de medios de coaccionar habrá de servir para poner de manifiesto la libertad en su total esplendor.
La libertad nueva es libertad antigua; es libertad absoluta vestida con el traje propio de cada tiempo porque el sentido del mundo histórico consiste en hacer que la libertad triunfe una y otra vez — pese a todas las tretas del Zeitgeist, del Espíritu del Tiempo.»
Ernst Jünger, La emboscadura, Barcelona, Tusquets Editores, 1988, págs. 154-156

jueves, 23 de julio de 2015

POEMA DÍA XXIII/VII/2015: "Árbol de diana";Alejandra Pizarnik

POEMA DÍA XXIII/VII/2015: "Árbol de diana";Alejandra Pizarnik






ÁRBOL DE DIANA


1

He dado el salto de mí al alba.
He dejado mi cuerpo junto a la luz
y he cantado la tristeza de lo que nace.

2

Éstas son las versiones que nos propone:
un agujero, una pared que tiembla...

3

sólo la sed
el silencio
ningún encuentro

cuídate de mí amor mío
cuídate de la silenciosa en el desierto
de la viajera con el vaso vacío
y de la sombra de su sombra

4

Ahora bien:
Quién dejará de hundir su mano en busca del
tributo para la pequeña olvidada. El frío pagará.
Pagará el viento. La lluvia pagará. Pagará el
trueno.

a Aurora y Julio Cortázar

5

Por un minuto de vida breve
única de ojos abiertos
por un minuto de ver
en el cerebro flores pequeñas
danzando como palabras en la boca de un mudo

6

ella se desnuda en el paraíso
de su memoria
ella desconoce el feroz destino
de sus visiones
ella tiene miedo de no saber nombrar
lo que no existe

7

Salta con la camisa en llamas
de estrella a estrella,
de sombra en sombra.
Muere de muerte lejana
la que ama al viento.

8

Memoria iluminada, galería donde vaga
la sombra de lo que espero. No es verdad
que vendrá. No es verdad que no vendrá.

9

Estos huesos brillando en la noche,
estas palabras como piedras preciosas
en la garganta viva de un pájaro petrificado,
este verde muy amado,
este lila caliente,
este corazón sólo misterioso.

10

un viento débil
lleno de rostros doblados
que recorto en forma de objetos que amar

11

ahora
en esta hora inocente
yo y la que fui nos sentamos
en el umbral de mi mirada

12

no más las dulces metamorfosis de una niña de
seda
sonámbula ahora en la cornisa de niebla

su despertar de mano respirando
de flor que se abre al viento

13

explicar con palabras de este mundo
que partió de mí un barco llevándome

14

El poema que no digo,
el que no merezco.
Miedo de ser dos
camino del espejo:
alguien en mí dormido
me come y me bebe.

15

Extraño desacostumbrarme
de la hora en que nací.
Extraño no ejercer más
oficio de recién llegada.

16

has construido tu casa
has emplumado tus pájaros
has golpeado al viento
con tus propios huesos

has terminado sola
lo que nadie comenzó

17

Días en que una palabra lejana se apodera de
mí. Voy por esos días sonámbula y
transparente. La hermosa autómata se canta, se encanta,
se cuenta casos y cosas: nido de hilos rígidos
donde me danzo y me lloro en mis numerosos funerales. (Ella es
su espejo incendiado, su espera en hogueras frías, su
elemento místico, su fornicación de nombres
creciendo solos en la noche pálida.)

18

como un poema enterado
del silencio de las cosas
hablas para no verme

19

cuando vea los ojos
que tengo en los míos tatuados

20

dice que no sabe del miedo de la muerte del amor
dice que tiene miedo de la muerte del amor
dice que el amor es muerte es miedo
dice que la muerte es miedo es amor
dice que no sabe

a Laure Bataillon
21

he nacido tanto
y doblemente sufrido
en la memoria de aquí y de allá

22

en la noche

un espejo para la pequeña muerta

un espejo de cenizas

23

una mirada desde la alcantarilla
puede ser una visión del mundo

la rebelión consiste en mirar una rosa
hasta pulverizarse los ojos

24

(dibujo de Wols)

estos hilos aprisionan a las sombras
y las obligan a rendir cuentas del silencio
estos hilos unen la mirada al sollozo

25

(exposición Goya)

un agujero en la noche
súbitamente invadido por un ángel

26

(un dibujo de Klee)

cuando el palacio de la noche
encienda su hermosura
pulsaremos los espejos
hasta que nuestros rostros canten como ídolos

27

un golpe del alba en las flores
me abandona ebria de nada y de luz lila
ebria de inmovilidad y de certeza

28

te alejas de los nombres
que hilan el silencio de las cosas

29

Aquí vivimos con una mano en la garganta. Que
nada es posible ya lo sabían los que inventaban
lluvias y tejían palabras con el tormento de la
ausencia. Por eso en sus plegarias había un
sonido de manos enamoradas de la niebla.

a André Pieyre de Mandiargues

30

en el invierno fabuloso
la endecha de las alas en la lluvia
en la memoria del agua dedos de niebla

31

Es un cerrar los ojos y jurar no abrirlos. En
tanto afuera se alimenten de relojes y de flores
nacidas de la astucia. Pero con los ojos cerrados
y un sufrimiento en verdad demasiado grande
pulsamos los espejos hasta que las palabras
olvidadas suenan mágicamente.

32

Zona de plagas donde la dormida come
lentamente
su corazón de medianoche.

33

alguna vez
alguna vez tal vez
me iré sin quedarme
me iré como quien se va

a Ester Singer

34

la pequeña viajera
moría explicando su muerte

sabios animales nostálgicos
visitaban su cuerpo caliente

35

Vida, mi vida, déjate caer, déjate doler, mi vida,
déjate enlazar de fuego, de silencio ingenuo, de
piedras verdes en la casa de la noche, déjate
caer y doler, mi vida.

36

en la jaula del tiempo
la dormida mira sus ojos solos

el viento le trae
la tenue respuesta de las hojas

a Alain Glass

37

más allá de cualquier zona prohibida
hay un espejo para nuestra triste transparencia

38

Este canto arrepentido, vigía detrás de mis 
poemas:

este canto me desmiente, me amordaza.




Alejandra Pizarnik

de “Árbol de Diana” fue publicado por primera vez en 1962.