EL CASTILLO
El señor del castillo vivía solo y, como sabía todo el mundo, nadie había traspuesto jamás el vallado que limitaba la propiedad. Era una valla alta, de hierro admirablemente forjado, y daba a una extensa alameda bordeada de otros árboles. En medio de los álamos podían verse un área de césped, un estanque, una escalinata y la fachada principal del castillo, con sus ventanas amplias siempre cerradas de día, con sus cortinas negras siempre corridas de noche. Unos inmensos árboles ocultaban las otras caras del castillo. En cuanto al amo del lugar, de vez en cuando podía vérselo en la aldea, especialmente los martes. Hasta que, un buen día, no se lo vio más. Entonces unos hombres entraron por vez primera en el castillo y hallaron al señor, exánime, muerto sin duda por causas naturales, yacente sobre un colchón que había extendido directamente en el suelo. El parquet estaba hecho de unas planchas desunidas, casi enmohecidas; tampoco los tabiques eran muy valiosos. El señor del castillo habitaba, en rigor, una casita de madera y alquitrán, diminuta y húmeda, recubierta apenas con un montón de viejas bolsas, cosidas unas con otras; una miserable conejera en un terreno fangoso, tras la fachada de un castillo.Porque del castillo, en verdad, nadie había visto nada más que su fachada durante años: un decorado de yeso solemnemente plantado en el vasto parque.
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